top of page

Florencia, Italia

La gran ciudad del Renacimiento es un museo a cielo abierto que maravilla a cada paso

El itinerario ideal para conocerla empieza en la plaza del Duomo. O, mejor dicho, en el bar Scudieri que, desde 1939, ofrece café, pasteles y una vista perfecta. Los italianos desayunan de pie, apoyándose en la barra de mármol, pero esta plaza requiere tomarse un tiempo para admirar la profusión de detalles. Una mañana de invierno, cuando el cielo destella un azul intenso, es el mejor momento para apreciar la coherencia estilística entre los edificios, para gozar de la policromía de los mármoles, blancos de Carrara, verdes de Prato, rojos de la Maremma, y para experimentar el placer que solo un buen café sabe regalar. El octogonal Baptisterio de San Giovanni emana una serena armonía geométrica, legado de los templos paganos. Detrás de él se yergue la torre campanario –iniciada por Giotto en 1334 y concluida por Talani en 1359– y se entrevé la fachada de la catedral de Santa Maria del Fiore (1466), que en su larga historia albergó por igual lecturas de La Divina Comedia y asesinatos. Símbolo de las ambiciones de la ciudad es la cúpula de Brunelleschi, la más grande construida en ladrillo.


 

El itinerario ideal para conocerla empieza en la plaza del Duomo. O, mejor dicho, en el bar Scudieri que, desde 1939, ofrece café, pasteles y una vista perfecta. Los italianos desayunan de pie, apoyándose en la barra de mármol, pero esta plaza requiere tomarse un tiempo para admirar la profusión de detalles. Una mañana de invierno, cuando el cielo destella un azul intenso, es el mejor momento para apreciar la coherencia estilística entre los edificios, para gozar de la policromía de los mármoles, blancos de Carrara, verdes de Prato, rojos de la Maremma, y para experimentar el placer que solo un buen café sabe regalar. El octogonal Baptisterio de San Giovanni emana una serena armonía geométrica, legado de los templos paganos. Detrás de él se yergue la torre campanario –iniciada por Giotto en 1334 y concluida por Talani en 1359– y se entrevé la fachada de la catedral de Santa Maria del Fiore (1466), que en su larga historia albergó por igual lecturas de La Divina Comedia y asesinatos. Símbolo de las ambiciones de la ciudad es la cúpula de Brunelleschi, la más grande construida en ladrillo.
No muy lejos de la plaza del Duomo, recorriendo las animadas calles de Cerratani y de Borgo San Lorenzo, se llega a la basílica de San Lorenzo, cuyo origen se remonta al año 1000. Iglesia favorita de los Médicis, su fachada inacabada en piedra no deja imaginar la majestuosidad de su interior, que alberga obras de reconocidos artistas del Renacimiento. En el mismo complejo hay la Sacristía Vieja, de Brunelleschi, y la Sacristía Nueva, de Miguel Ángel.
Alrededor se abre el bullicioso y antiguo Borgo, el barrio donde casi todos los días tiene lugar el mercado de San Lorenzo. Son famosos los artículos de cuero de la Maremma, área entre la Toscana y el Lacio considerada la pampa italiana, la región ganadera, con sus vacas de largos cuernos y sus vaqueros o bútteri. Resulta agradable pasar un rato observando los puestos del mercado y regatear con los vendedores. Y cuando llega la hora del almuerzo, acercarse al mercado Central, bajo cuya arquitectura modernista de hierro y cristal se pueden encontrar productos gastronómicos de la Toscana.
Santa Maria Novella
A la espalda de San Lorenzo, unas calles más allá, se abre la plaza de Santa Maria Novella, con la espléndida basílica que Leon Battista Alberti acabó en 1456. El itinerario guiado por su interior, el claustro y la antigua farmacia es una lección magistral de historia y arte. Al salir de Santa Maria Novella, el Museo Nacional Alinari de la Fotografía, instalado en un palacete del siglo XV, invita a tomar contacto con otro tipo de arte visual. Además de la colección permanente (260.000 obras) dedicada a la fotografía histórica y las técnicas de producción, el centro acoge exposiciones temporales que muestran el trabajo de las nuevas generaciones de fotógrafos.
Un poco más allá empieza la avenida más elegante de Florencia, la calle de Tornabuoni, donde las tiendas de alta costura se alternan con las joyerías, y los palacios renacentistas albergan cafés y hoteles exclusivos. Su edificio más emblemático es el palacio Strozzi, hoy sede de la Fundación de Estudios Renacentistas, una entidad que colabora con destacados museos del mundo. Su patio, el Cortile, es un espacio con cafetería y librería en el que a menudo se ven exhibiciones artísticas y musicales.
Siguiendo por Via degli Strozzi se llega a la plaza de la República, un gran espacio rectangular que ejerció de centro comercial de la Florencia medieval y cuyos costados albergan cafés que fueron la cuna de movimientos intelectuales y literarios en el último siglo. El más famoso de ellos es Le Giubbe Rosse, donde se reunían los artistas del futurismo.
Callejeando en dirección al río Arno se abre la plaza de la Signoria, el corazón político de Florencia. Aquí se levanta en toda su potencia, desde finales del siglo XIII, el palacio Vecchio, antigua sede del gobierno republicano y hoy Ayuntamiento. Mirando hacia la derecha, la vista se adentra en los soportales de la Galería de los Uffizi, el gran templo artístico de Florencia. Rincones como éste invitan a un paseo a lo largo de la historia de la cultura y del arte. Parece increíble que antes de que Giorgio Vasari (1511-1574) edificara este palacio, el primer museo de Historia Moderna, la zona fuera uno de los peores barrios de la ciudad.
Es difícil describir los Uffizi, ya que es una obra de arte que contiene innumerables obras de arte a su vez: todos los grandes artistas desdel siglo XII al siglo XVIII están aquí, todas las obras maestras que dieron prestigio a la ciudad y placer al mundo se encuentran aquí, toda la poesía, la belleza, la delicadeza y la potencia del arte al alcance de los ojos. La grandeza de sus fondos ha obligado a planificar ampliaciones de las salas y a trasladar una parte de la colección a otras sedes: las estatuas, por ejemplo, se encuentran en el Museo del Bargello. Para evitar las colas que se forman a lo largo de los soportales es preciso reservar la entrada por internet o entrar poco antes de que el museo cierre. Esta última opción quizás no dé para mucho tiempo, pero es suficiente para ver la ciudad iluminada reflejándose en el Arno desde el Corredor Vasariano, el pasillo que cruza el río uniendo el palacio Vecchio con el palacio Pitti.
Chocolate con arte
De vuelta a la plaza de la Signoria y antes de descubrir a los frescos que decoran las amplias salas de palacio Vecchio, conviene tomarse un descanso en la chocolatería Rivoire que, desde 1872, les endulza la vida a los florentinos. Cómodamente instalados en alguna de sus mesas, los clientes del Rivoire asisten a una escena que se repite a diario: artistas y pintores de todo el mundo buscan en este espacio la inspiración para reproducir la perfecta armonía del David de Miguel Ángel, la elegante violencia del Rapto de las Sabinas de Juan de Bolonia o la sangrienta belleza del Perseo de Cellini, en la contigua Loggia (soportal) de la Signoria.
A diferencia de otros palacios florentinos, el Vecchio, con su torre de 94 metros, tiene más aspecto de fortaleza que de residencia. Efectivamente, la época en que fue erigido (1299-1341) era un momento de revueltas, así que la sede del gobierno de la ciudad debía ser un lugar seguro. El interior, en cambio, rebosa sensibilidad artística con estancias repletas de pinturas, frescos y esculturas de los artistas más relevantes del Renacimiento, y cuyo mayor ejemplo es el salón de los Quinientos, con frescos de Miguel Ángel.   
El Arno, querido y temido con la misma intensidad por los florentinos, corre a pocos metros de la plaza de la Signoria. El Lungarno es un paseo junto al río muy agradable, con enotecas donde tomar una copa de buen chianti y desde donde sacar las mejores fotos del puente Vecchio. Edificado en 1345 en el punto más estrecho del Arno, este puente de cuatro pisos sobrevivió a los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial y hoy alberga orfebrerías y tiendas de regalos. Quien quiera tener una idea de la vida en Florencia en aquellos tiempos tiene un excepcional testimonio en la película Paisà, de Roberto Rossellini, en la que los protagonistas corren agachados, de un lado al otro de la ciudad, por el pasillo de Vasari abarrotado de estatuas.
Por el puente Vecchio se cruza al barrio de Oltrarno que, como su propio nombre indica, se encuentra «más allá del Arno». Siguiendo por la calle de Guicciardini se llega a la plaza donde se eleva la majestuosa mole del palacio Pitti, sede de ocho museos y de eventos de renombre internacional. El fasto de sus Apartamentos Reales y de la Galería Palatina recuerda que aquí vivieron tres de las dinastías más influyentes de la historia de Florencia: los Médicis, los Lorena y los Saboya. El palacio fue en realidad el sueño del banquero y mercader Luca Pitti, que pretendía competir en grandeza con los Médicis, pero que finalmente, desbordado por el gasto de las obras, tuvo que vendérselo al duque Cosme I de Médicis en 1549. La mayor ampliación del palacio, que triplicó la fachada original, ocurrió durante el corto periodo en que Florencia fue capital de Italia, de 1865 a 1870. 
Los jardines de Bóboli
Muchos florentinos y foráneos suelen aprovechar el sol invernal para, al salir del palacio, sentarse en el suelo inclinado de la plaza Pitti. Los jardines de Bóboli, cuya ubicación algo elevada ofrece unas espléndidas panorámicas de Florencia, es la etapa siguiente del paseo. Andando entre sus estatuas de dioses y sátiros, cuevas inventadas, fuentes espectaculares y un estanque artificial con isla incluida, uno duda sobre los confines entre realidad y arte, entre artesanía y magia. El inmenso jardín del palacio Pitti, que permaneció cerrado al público hasta 1766, culmina en lo más alto en el Forte di Belvedere, una fortaleza del siglo XVI desde cuyas murallas se divisa toda Florencia y las colinas toscanas.
Si se vuelve a cruzar el río, esta vez por el Ponte alle Grazie, los pasos deben dirigirse hacia la plaza de la Santa Croce, donde se encuentra la grandiosa basílica con el mismo nombre y la estatua del gran poeta Dante Alighieri, padre de la lengua que todavía hoy se habla en el Bel Paese. La calle Borgo Santa Croce conduce hasta ella y ofrece varios ejemplos del gótico civil florentino en los palacios de Antinori Corsini, Giorgio Vasari, Spinelli y Morelli.
La basílica de Santa Croce, iniciada en 1294 y consagrada casi dos siglos después, es el precioso sepulcro de italianos ilustres como Galileo, Miguel Ángel y Maquiavelo. Bajo los frescos de Giotto, el francés Stendhal (1783-1842) experimentó el vértigo y el desmayo que la acumulación de arte produce en las almas sensibles, dando su nombre al más artístico de los síndromes. Es probable que hoy Stendhal volviera a sentir lo mismo, pues la Florencia del siglo XXI sigue siendo un museo al aire libre en el que el arte forma parte de la vida.

Documentación: DNI o pasaporte.
Idioma: italiano.
Moneda: euro.

bottom of page